Nada se compara con la sensación de exaltación, de ese peso quitado de encima y de restricciones liberadas que siento cuando salgo de una tienda con sus productos en mis bolsillos. En un mundo donde todo ya le pertenece a alguien, donde se supone debo vender mi vida en un trabajo para obtener dinero, para así poder pagar por lo mínimo necesario para sobrevivir; donde estoy rodeado por fuerzas que van más allá de mi control o comprensión, que obviamente no están preocupadas por mis necesidades o mi bienestar; ésta es una manera de adueñarme de una pequeña parte del mundo -para actuar de vuelta sobre un mundo que tanto actúa sobre mí-.
Es una sensación enteramente diferente de la que siento cuando compro algo. Cuando pago por algo, estoy comerciando; estoy ofreciendo el dinero que compré con mi labor, mi tiempo y mi creatividad, por un producto o servicio que la corporación no compartiría conmigo bajo ninguna otra circunstancia. En cierto sentido, tenemos una relación basada en la violencia: negociamos un intercambio, no de acuerdo con nuestro respeto o nuestra preocupación mutua, sino de acuerdo con las fuerzas que podemos ejercernos mutuamente. Los supermercados saben que pueden cobrarme un dólar por el pan, porque moriría de hambre si no se lo compro; pero saben que no pueden cobrarme cuatro dólares, porque iría a otro lugar. Entonces, nuestra interacción gira alrededor de amenazas implícitas, en lugar de amor; y me encuentro forzada a renunciar a algo propio para obtener cualquier cosa de ellos (en una relación de amor, justamente al revés, las personas por lo general piensan que se benefician por dar a otras, y viceversa.)
Todo cambia cuando me lo expropio. Ya no estoy negociando más con entidades anónimas e inhumanas que no tienen el más mínimo interés en mi bienestar; en respuesta a ello, estoy tomando lo que necesito sin tener que resignar algo a cambio. Ya no me siento forzada a tener que realizar un intercambio, y ya no siento como si no tuviera control sobre la forma en la que el mundo a mí alrededor dicta mi vida. Ya no tengo que preocuparme si el placer que recibo del libro que compré fue equivalente a las cuatro horas de trabajo que me costó poder adquirirlo. De ésta y de mil otras maneras, expropiar me hace sentir liberada y hábil. Ahora examinemos lo que la expropiación tiene para ofrecer como un modo de vida alternativa.
La expropiadora obtiene su premio tomando riesgos, no intercambiando una parte de su vida por ello. La vida para ella no es algo que deba ser vendido por dos o tres dólares la hora, a cambio de su supervivencia; es algo que es suyo porque ella lo toma para sí misma, porque reclama posesión de ello. Diametralmente opuesto a los consumidores respetuosos de la ley, el medio por el cual ella adquiere sus productos es tan excitante como los productos mismos; y este medio también, en muchos sentidos, es más digno de elogios.
Liberar productos de las grandes tiendas es una negativa a la economía del intercambio. Es negarse a que la gente merezca comer, vivir y morir basándose en cuán efectivamente es capaz de intercambiar su trabajo y capital con otros. Es negarse a que un valor monetario pueda aplicársele a todo, que tener un pedazo de delicioso chocolate en tu boca sea exactamente tan valioso como 50 centavos de una hora de nuestro trabajo, o que una hora de la vida de una persona pueda valer 10 dólares más que la de otra. Es negarse a aceptar el sistema capitalista, en el cual los trabajadores tienen que comprar los productos que ellos mismos produjeron, beneficiando a los dueños del capital, quienes de esta manera los retienen yendo y viniendo.
Expropiar es decir NO a todos los aspectos objetables que han de caracterizar a las corporaciones modernas. Es una expresión de descontento con los bajos salarios y la falta de beneficios, que tantas corporaciones explotadoras obligan a sus empleados a tener que sufrir en el nombre de las ganancias de la compañía. Es una negativa a pagar por productos de baja calidad que fueron diseñados para romperse o gastarse antes de tiempo, para así forzar a los consumidores a comprar más. Es una negativa a financiar el daño ambiental que tantas corporaciones perpetran en el curso de la fabricación de sus productos y la construcción de nuevas tiendas; una negativa a apoyar a las corporaciones que llevan a los comercios locales a la quiebra; una negativa a aceptar el asesinato de animales en las industrias lácteas y de la carne, y la explotación del trabajo de inmigrantes en las industrias de frutas y verduras. Expropiar se declara contra la alienación del consumidor moderno. “Si no somos capaces de encontrar o permitirnos otros productos que no sean estos, que se fabrican a miles de kilómetros de aquí y sobre los cuales no podemos tener ninguna información”, esto afirma que: “entonces nos negamos a pagar por ellos”.
La expropiadora ataca las cínicas tácticas de control mental de la publicidad moderna. Los anuncios publicitarios de hoy, las carteleras, hasta las publicidades en el piso de los supermercados y la disposición de los productos en las tiendas, están diseñados por psicólogos para manipular a los potenciales consumidores a comprar sus productos. Las corporaciones llevan a cabo campañas publicitarias extensivas, para insinuar sus exhortaciones al consumo en todas las mentes, y hasta trabajan para hacer de sus productos, símbolos de estatus que personas de algunos sectores sociales finalmente deben tener para ser debidamente respetadas. Enfrentado a este tipo de manipulación, el consumidor respetuoso de la ley tiene dos opciones: ir con dinero para comprar esos productos, vendiendo su vida como un trabajador asalariado; o prescindir de ellos y posiblemente invitar a la ridiculización pública como así también a la frustración personal. La expropiadora crea una tercera opción: toma los productos que ella ha sido condicionada a desear, sin pagar por ellos; entonces las corporaciones mismas son las que deben pagar por todas sus tácticas propagandísticas y de control mental.
Liberar productos es la protesta más efectiva contra todos los atributos objetables de las corporaciones modernas, porque no es meramente teórico, sino práctico: implica acción. Las protestas verbales pueden alzarse contra las prácticas comerciales irresponsables, sin tener jamás algún efecto concreto, pero el hecho de expropiar está intrínsicamente dañando a la corporación, y al mismo tiempo demostrando (así y todo encubiertamente) descontento. Es mejor que un boicot, porque no sólo le cuesta dinero a la corporación, al simplemente no colaborar con sus ganancias, sino que también significa que la expropiadora todavía es capaz de obtener los productos que necesite para sobrevivir. Y hoy en día, en que tantas corporaciones están interconectadas y tantas multinacionales están envueltas en actividades inaceptables, expropiar es una protesta generalizada: es negarse del todo a contribuir con la actual economía, por lo tanto la expropiadora puede estar segura de que absolutamente nada de su dinero terminará en las manos de las corporaciones que desaprueba. ¡Y también tendrá que trabajar menos para obtener el botín!
¿Pero qué hay de la gente que trabaja en las corporaciones? ¿Qué hay de su bienestar? En primer lugar, las corporaciones son diferentes de los negocios privados tradicionales, ya que éstas existen como entidades financieras separadas de sus dueños. Así que la expropiadora está robándole a una entidad no-humana (e inhumana), y no directamente al bolsillo de una persona de carne y hueso. Segundo, ya que tantos trabajadores son pagados con salarios fijos (salarios mínimos, por ejemplo) que dependen más de cuán poco la corporación pueda pagarles, en lugar de cuanta ganancia la empresa esté obteniendo; la expropiadora, en realidad, tampoco está dañando a la mayor parte de la mano de obra de cualquier compañía en cuestión. Los accionistas, que son casi siempre mucho más ricos que el ladrón medio, son los que probablemente pierdan un poco si la compañía sufre pérdidas significantes; pero para ser realistas, ninguna campaña de liberación de productos puede ser lo suficientemente intensa como para sumergir en la pobreza a cualquiera de estos ricachones, que realmente se lucran con sus compañías. Aparte, las corporaciones modernas tienen dinero apartado para cubrir las pérdidas por expropiaciones, porque ya las anticipan. Esto es cierto, ya que estas corporaciones son conscientes de que existe suficiente descontento hacia ellos y hacia su economía capitalista, y de que la gente les irá a robar sin remordimiento. En ese sentido, las expropiadoras están simplemente cumpliendo su rol en la sociedad, al igual que los gerentes. Lo más significativo es que estas corporaciones son lo suficientemente cínicas para seguir ocupándose de sus negocios como de costumbre, aún sabiendo que esto deja a muchos de sus clientes (¡y empleados!) listos para robar cualquier cosa que puedan. Si ellos están deseosos de continuar haciendo negocios de la forma en que lo vienen haciendo, incluso cuando están al tanto de cuanta gente están alienando, no se deberían sorprender si la gente les sigue robando.
Y aquellos mitos de que la expropiación de productos eleva los precios a los consumidores: ¿no creerás que los precios que estás pagando, están realmente determinados por los costos de producción y distribución -solamente-, o sí? Otra vez: estas corporaciones te están cobrando tanto como creen que pueden sacarte. El mercado, y no sus gastos, determinan los precios. Si el dinero que es apartado para cubrir las pérdidas por la expropiación no es usado, los dueños probablemente se lo guarden para ellos, o lo inviertan en abrir más tiendas (y consecuentemente genere el cierre de más comercios independientes) en lugar de compartirlo con sus empleados mucho más pobres que ellos, y mucho menos compartirlo con sus consumidores a través de precios más bajos. Si demasiados productos fueron liberados de la tienda de una corporación, y ésta ha tenido que subir sus precios, eso sacaría a los consumidores de sus garras y los llevaría a comercios locales menos dañinos a escala global; de todas formas, ¿suena tan mal eso?
Liberar productos de las grandes tiendas es más que una forma de sobrevivir en la sangrienta competencia del “mercado libre” y protestar contra las injusticias de las corporaciones. Es también un tipo de orientación diferente hacia el mundo y la vida en general.
La expropiadora se las arregla en un ambiente que ha sido conquistado por el capitalismo y la industria, donde ya no hay un mundo natural del cual obtener recursos y en donde todo se ha convertido en propiedad privada, sin tener que aceptar esto, ni el absurdo modo de vida que acarrea. Ella toma el destino de su vida en sus propias manos, aplicando un antiguo método al problema de la supervivencia moderna: vivir de la caza y la recolección urbana. De este modo, es capaz de vivir como lo hacían sus lejanos antepasados, antes de que el mundo fuera sometido por la tecnología, el imperialismo, y las demandas irracionales del “mercado libre”; y puede encontrar los mismos desafíos y recompensas en su trabajo, recompensas que se han perdido para el resto de nosotras hoy en día. Para ella, el mundo es un lugar peligroso y excitante como lo era para la humanidad prehistórica: todos los días se encuentra en nuevas situaciones, enfrentando nuevos riesgos, viviendo de su ingenio en un ambiente constantemente cambiante. Para el consumidor respetuoso de la ley, es muy probable que cada día en su trabajo sea igual al anterior y que el peligro esté gravemente ausente en su vida, como así también lo están su significado y su propósito.
Expropiar es afirmar los deseos corporales e inmediatos (tales como el hambre) ante las “éticas” abstractas y otras construcciones etéreas, la mayoría de las cuales fueron heredadas de un cristianismo de todos modos difunto. Expropiar despoja a las mercancías (y al mercado en general) del mítico poder que parecen tener de controlar la vida de los consumidores… cuando éstas son tomadas por la fuerza, se muestran a sí mismas por lo que realmente son: meros recursos que han sido acaparados a la fuerza por estas corporaciones, a expensas de todos los demás. La expropiación nos devuelve al mundo físico, donde las cosas son reales, donde las cosas no son más que sus características físicas (peso, gusto, facilidad de adquisición) y no están empaquetadas con cualidades supersticiosas tales como su “valor de mercado” y su “margen de ganancia”. Nos fuerza a tomar riesgos y experimentar la vida nuevamente. Quizá, liberar productos no sea capaz de derrumbar a la sociedad industrial o al sistema capitalista… pero mientras tanto es una de las mejoras formas de protesta y autodeterminación, ¡y también una de las más prácticas!
¡Expropiadoras del mundo, unámonos!