Una carta desde el otro frente

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Sobre la participación de los anarquistas rurales en la revuelta de junio de 2020

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En este ensayo, anarquistas de una zona rural de los Estados Unidos describen cómo la gente que vive fuera de los centros urbanos puede contribuir al movimiento contra la violencia policial y la supremacía blanca institucional que se ha desarrollado en respuesta al asesinato de George Floyd en Minneapolis.


Los autores de esta carta son anarquistas blancos que viven en zonas periféricas del noroeste del Pacífico que están ocupadas por una mayoría blanca y empapadas de supremasistas. Este contexto difiere del de otras zonas rurales; los autores no desean hablar como expertos en ninguna otra experiencia que no sea la propia. Los autores no adjuntan sus nombres o ubicación específica en esta carta debido a consideraciones de seguridad respectivas a el hecho de vivir en un pequeño pueblo.

Nos despertamos, damos algunas vueltas en la cama y cogemos el teléfono. ¿Qué noticias hay de anoche? ¿Qué información o contrainformación ha llegado? ¿Que sucesos salvajemente bellos o impensablemente trágicos se han desarrollado? ¿Qué freneticos textos de amigos y camaradas han aparecido? Las imágenes y las palabras se desdibujan juntas, hay tantas cosas a la vez. George Floyd fue asesinado por la policía de Minneapolis el 25 de mayo, siendo una de las innumerables víctimas de un sangriento legado de violencia policial racista. Esta nación se construyó sobre tierras robadas, genocidio indígena, esclavitud de negros y explotación y opresión de toda la gente de color, y sabemos que este imperio no cederá el poder voluntariamente. Aún así, en el dolor y la ira, la gente de todo el país se está levantando en defensa de las vidas y cuerpos de las personas negras.

Una comisaría de policía en Minneapolis fue ocupada e incendiada. Muchos escaparates fueron destruidos, los bienes se expropian y se comparten. El estado invoca a la Guardia Nacional, inclusive al propio Ejército, para sofocar los disturbios. Algunos manifestantes mueren en la calle, un puñado de valientes y bellas almas partieron, pero tememos más muertes por venir. Los nacionalistas blancos tratan de aprovechar el momento para realizar sus sueños de guerra racial. Los liberales trabajan horas extras para desactivar el movimiento en las calles. Sabemos que cualquier cambio más allá de meras reformas requerirá la destrucción de todo el sistema racista y capitalista, y vemos a nuestro alrededor una nación que se tambalea al borde de la revuelta abierta y la posibilidad revolucionaria. Vemos que la puerta empieza a abrirse, hacia la libertad, sólo se necesita suficiente gente de nuestro lado para empujar. Las ciudades están en llamas por la liberación negra.

¿Pero qué hay de nosotros, los radicales alejados de las ciudades, escondidos en las colinas, las llanuras y los bosques? No estamos allí, en el corazón de este movimiento, al menos no tanto como nos gustaría. Somos anarquistas rurales, físicamente alejados de la metrópoli. Habitamos estos lugares salvajes porque nos ofrecen espacio para pensar, un ritmo de vida más lento, una conexión con la tierra- un lugar para proyectos autónomos y nuevas ideas para expandirse físicamente y crecer, como un helecho que se despliega, fuera de la constante supervisión de policías, vecinos y políticos.

Puede resultar fácil participar en este levantamiento como simple observador, o tal vez como consumidor. Revisamos las noticias entre las tareas del granero y las actividades en la granja, tambien mientras arreglamos el camión. Regamos el alimento mientras cuidamos el ganado y a los niños salvajes. Escribimos a un amigo “¡¿Has visto esto?!” mientras cuidamos el huerto, cazamos ratas en el cobertizo de madera, recorremos el terreno, limpiamos el cagadero. La vida rural tiene un ritmo y una rutina incesante. Viviendo a esta distancia física de las ciudades, es fácil desarrollar una distancia emocional también. Pero este momento es demasiado grande, demasiado urgente, como para que lo ignoremos.

No vivimos en la ciudad, pero sabemos que estamos conectados con ella. Aquí, la omnipresente supervisión de la policía es reemplazada por el otro brazo del control estatal racista: supremacistas blancos, nacionalistas blancos y sus milicias asociadas. Mayoritariamente los policias de las ciudades pequeñas y los sheriffs de condado apoyan a estos grupos ya sea explícitamente o por estar asociados con ellos. En el frente rural, no se necesita una placa para aterrorizar a los ciudadanos negros y morenos, sólo un arma y una bandera americana. Incluso si las reformas o reducciones de la policía (soñemos mejor con su abolición) se arraigan en las ciudades, aquí la supremacía blanca todavía se asoma en cada camioneta con una calcomanía de Blue Lives Matter (las vidas de policias valen) en la ventana y una escopeta en el asiento del pasajero. Los llamados de Trump a la resistencia a la lucha antirracista y antifascista sólo aumentan el peligro para todas las personas consideradas ”otros” que viven en el campo (personas negras, marrones o indigenas, homosexuales y transexuales, antifascistas, organizadores).

Entonces, ¿qué podemos hacer ahora mismo como anarquistas y radicales que viven en comunidades rurales? ¿Cómo crear una solidaridad directa con las áreas metropolitanas que participan en una revuelta masiva? ¿Cómo agitaremos en nuestras propias comunidades para llevar esta lucha por la liberación negra a casa? Nos hemos estado haciendo estas preguntas y buscandoles respuestas durante estos ultimos tiempos. A medida que el terreno de nuestra lucha varía, nuestras necesidades y estrategias deben variar tambien: las ciudades pueden necesitar convertirse en ruinas para ser reconstruidas, pero los campos y los bosques no necesitan arder en la transformación a un mundo justo y libre. Estamos todos juntos, porque nuestro proyecto es el mismo: estamos construyendo un nuevo mundo, heredaremos la tierra. Y como todo el mundo en este momento, nos preguntamos qué hacer, cómo situarnos, en este salvaje y aterrador momento de inquietud y posibilidades.

Quisiéramos compartir algunas ideas que pueden ser útiles para otros anarquistas rurales que tratan de participar en este momento. Estamos tropezando imperfectamente hacia lo desconocido, y hay tantas respuestas como personas, proyectos y contextos. Pero el quid de la cuestión es este: no te duermas. No podemos quedarnos sin hacer nada sólo porque estamos a horas de distancia del levantamiento más cercano. Reconocemos que no hay un “consenso negro”, pero identificamos a los radicales negros con los que compartimos afinidad(histórica, actual y local), y seguimos sus pasos. Necesitamos encontrar nuestros puntos de conexión, agarrarnos y escarbar. La puerta sólo se abrirá si todos empujamos juntos.

Ofrecemos apoyo y solidaridad en nuestras comunidades locales. Una “Comunidad” es una serie de círculos concéntricos y superpuestos de conexiónes y afinidad. Nosotros libre y generosamente nos encargamos de solidarizarnos y de cuidar a nuestras familias elegidas y biológicas, compañeros de habitación y de trabajo, amigos, co-organizadores y vecinos. Ocupamos nuestro tiempo y trabajo en ayudar a otros proyectos a comenzar, sostenerse y crecer. Nos centramos en las necesidades de los negros y marrones dentro de nuestras comunidades. Escuchamos las voces de los compañeros negros y apoyamos a las organizaciónes dirigidas por ellos.

Nosotros agitamos en casa. ¿Qué es lo apropiado aquí? ¿Qué es lo que se puede hacer? Somos bastante cautelosos como para importar directamente las tácticas de las grandes ciudades a las pequeñas. Pensamos estratégicamente y participamos en actos de creación salvaje e imaginativa, construcción de puentes, arte guerrillero, sabotaje, organización, recaudación de fondos, recopilación de información y ayuda mutua. Hablamos con nuestras comunidades blancas y no negras acerca de lo que está pasando, especialmente con aquellos que podrían tener sentimientos distintos a los nuestros al respecto de los acontecimientos. Escuchamos lo que la gente dice y hacemos preguntas. Nos presentamos en las manifestaciones locales con entusiasmo porque sabemos que sostener carteles de cartón en una esquina es un paso importante para esta ciudad.

Ofrecemos nuestros espacios rurales para el descanso y la recuperación de aquellos que necesitan alejarse un tiempo de ambientes estresantes o traumatizantes. Tenemos claro lo que podemos y lo que no podemos ofrecer (comida, cama, uso de los espacios comunes, agua corriente) así como otras consideraciones -¿la casa o el proyecto está formado por todos residentes blancos? ¿la ciudad en que nos encontramos sera segura para que la gente de color pueda pasearse por ella? ¿Qué pasara con los que son visiblemente raros o trans o marginados de alguna manera distinta?

Identificamos a nuestros enemigos locales. Muchos supremacistas blancos viven en esta zona. Nosotros los localizamos y aprendemos sobre sus redes y capacidades. Luego usamos esta información tácticamente para contrarrestar sus esfuerzos. Somos cuidadosos en salvaguardar nuestras identidades y anonimizar nuestros esfuerzos porque un enemigo bien armado no es algo con lo que se pueda jugar, especialmente cuando todos en el pueblo conocen tu cara y donde vives.

Nos armamos y nos entrenamos mutuamente. La derecha racista está fuertemente armada. Nosotros compramos armas y aprendemos a usarlas. Generamos clubes de disparo para compartir y construir nuestras capacidades.

Damos dinero en la medida de nuestras posibilidades. Hacemos donaciones para fondos de fianza, para las protestas, para la organización negras y para personas negras en particular. Damos tan generosamente como podemos, especialmente cuando nos beneficiamos del privilegio de ser blancos o del privilegio de clase, cuando de pronto recibimos un cheque o si nos pagan extra por el desempleo en tiempos de COVID.

Proporcionamos soporte técnico. Puede que vivamos debajo una roca, pero algunos de nosotros tenemos internet y líneas telefónicas. Mediante estas ayudamos con gráficos y diseño web. Escuchamos el escáner de la policía y enviamos actualizaciones a los compañeros en el terreno. En este caso las distancias importan muy poco.

Identificamos nuestros recursos y las líneas de suministro y distribuimos el exceso. ¿Qué recursos podemos compartir? ¿Cómo pueden ser dirigidos localmente y a las ciudades en revuelta? ¿Tenemos productos extras de la agricultura comunitaria que puedan ser distribuidas gratuitamente a las familias negras e indigenas? ¿Puede un herbolario hacer paquetes de medicinas naturales para enviarlos al frente? Las tiendas rurales pueden tener cosas en stock que en las grandes ciudades pueden escasear. También es menos probable que mantengan bajo llave la pintura en aerosol y los cortaalambres, y pueden sospechar menos de individuos que compren ropa negra extra, paraguas y otros materiales que podrían despertar sospechas en una ciudad.

Vamos a las ciudades cuando podemos. Es un largo viaje, pero intentamos ir de vez en cuando. Vamos a manifestarnos y a hacer ruido. Repartimos máscaras, nos interponemos entre la policía y los más vulnerables, actuamos como médicos de calle, y sí, incluso rompemos ventanas. Seguimos el ejemplo de la multitud, nos mantenemos atentos a lo que nos rodea, y observamos cuidadosamente quién está llamando a la violencia y quien a la no violencia. Nos presentamos a la lucha de esta manera porque sabemos que el estado sólo presta atención a una amenaza y cientos o miles de personas en las calles no pueden ser ignoradas por mucho tiempo.

Buscamos contribuir de todas estas maneras y de muchas otras, porque sabemos que una lucha imaginativa, militante y responsable por la liberación negra debe ser central en la lucha por el mundo que queremos construir juntos. Las ciudades pequeñas y los remansos rurales deben luchar junto a la metrópoli y nuestras comunidades rurales deben conectarse entre sí para compartir apoyo, recursos, ideas y habilidades. El frente rural no reflejará directamente los mismos movimientos, horrores y transformaciones que el de la ciudad. Aqui tenemos nuestro propio conjunto de circunstancias, estrategias, demonios y posibilidades. Debemos comprometer nuestras diversas habilidades y fortalezas y encontrar las formas de movilizarlas. Debemos trabajar con intención y seguridad. Sabemos que el camino es largo y que aprenderemos y cometeremos errores a lo largo del mismo. Sabemos que las posibilidades sólo están limitadas en última instancia por nuestras capacidades y voluntad de actuar.

La liberación negra es la liberación humana. Vamos a por ella, cabrones.


La imagen del encabezado es pirateada de Flickr. Subida por un usuario llamado @drburtoni, el 2020-06-20. CC BY-NC-ND 2.0. Recortada por CrimethInc.